Hablamos de tránsito cuando alguno de los dos planetas interiores, Mercurio y Venus, pasan entre nosotros y el Sol y dicho paso es visible desde la Tierra como una pequeña mancha desplazándose sobre la superficie del Sol. Dadas las características de las órbitas de la Tierra y de estos planetas los tránsitos son acontecimientos poco frecuentes. De promedio, Mercurio transita el disco solar unas 13 veces por siglo , y los de Venus son aún menos frecuentes: 4 tránsitos en un periodo de 243 años.
Los astrónomos de hace unos siglos tenían un gran interés en estos tránsitos, puesto que un cálculo preciso del momento en que tocaban el borde solar permitiría medir la distancia Tierra-Sol con gran exactitud y, a partir de aquí, las distancias del resto de los planetas del Sistema Solar gracias a la tercera ley de Kepler. Conocer estos valores era importante para la corrección de las tablas astronómicas, que no sólo se empleaban en usos astronómicos, sino también en navegación.
Para conseguir mediciones con la precisión requerida era necesario realizar observaciones desde lugares cuanto más alejados mejor. Sabiendo que Venus presentaría tránsitos en los años 1761 y 1769, la comunidad científica de la época se movilizó y, para asegurar el éxito, se organizaron múltiples observaciones en diversos lugares, tanto en Europa como en las colonias de América y Asia. Algunas de estas expediciones a lugares lejanos pasaron peligros y aventuras dignas de Indiana Jones y que merecen ser recordadas, cosa que haremos en una próxima publicación.
Venus es, después del Sol y la Luna, el astro más brillante del firmamento. Quizá por eso le pusieron el mismo nombre que a la diosa de la belleza y el amor, además de otros tan sugestivos como «lucero del alba».
Tras la invención del telescopio se comprobó que está permanentemente cubierto por una capa de nubes que impedían ver su superficie. Algunos dieron por seguro que bajo esas nubes, que supusieron iguales a las nuestras, había un planeta cálido y húmedo, tal vez con océanos y exuberante vegetación. Alguien llegó a pensar que, cuando la tecnología lo permitiera, podría ser un buen sitio para construir un centro turístico para recién casados; después de todo ¿qué lugar podría ser más indicado para ello que el planeta del amor?
Sin embargo la realidad ha resultado ser muy otra. La atmósfera de Venus está formada por un 96% de dióxido de carbono, lo que ha provocado un efecto invernadero desbocado que ha elevado la temperatura a más de 460 ºC, suficiente para derretir el estaño y el plomo y hacer hervir el mercurio. La atmósfera es sorprendentemente densa: la presión atmosférica de Venus es 90 veces superior a la terrestre, equivalente a la que hay a un kilómetro bajo el agua. Esta elevada densidad hace que aún los vientos más débiles contengan la potencia de un huracán. Y por si todo eso fuera poco, por encima de la capa principal de nubes se encuentra otra formada por ácido sulfúrico. Esto implica que en Venus llueve, pero no agua, sino una corrosiva lluvia de ácido sulfúrico.
Venus, lejos de ser aquel planeta exuberante de vida que se supuso en un principio y, pese a tener el nombre de la diosa de la belleza y el amor, es más parecido a la imagen que tenemos del infierno. Un planeta tremendamente inhóspito, difícilmente explorable y muy difícil de colonizar, que posiblemente sea uno de los últimos sitios del Sistema Solar donde los humanos podamos asentarnos.
Al ser planetas más internos que la Tierra, cuando miramos a Mercurio o Venus los veremos siempre relativamente cerca del Sol, no aparecen muy alto sobre el horizonte y sólo es posible contemplarlos poco antes de la salida del Sol o, durante poco tiempo tras su puesta, de forma que nunca se apartan mucho de su resplandor. Cuando Mercurio y Venus se muestran por la noche tras la puesta del Sol, se ocultan poco después, por lo que se convierten en estrellas vespertinas. Y cuando aparecen al alba, no mucho antes de la salida del Sol, desaparecen a continuación entre el resplandor solar, convirtiéndose en este caso en estrellas matutinas.
Al principio, pareció natural creer que las dos estrellas vespertinas y las dos matutinas eran cuatro cuerpos diferentes. Gradualmente quedó claro que, cuando una de las estrellas vespertinas se encontraba en el firmamento, su correspondiente estrella matutina no era nunca vista, y viceversa. Comenzó a parecer evidente que se trataba de dos planetas, cada uno de los cuales se movía de un lado a otro del Sol, haciendo alternativamente las veces de estrella vespertina y matutina. El primero en expresar esta idea fue Pitágoras, aunque es posible que lo hubiese sabido por los babilonios.
Venus es el segundo planeta del Sistema Solar más cercano al Sol. Al igual que Mercurio carece de satélites y, también al igual que Mercurio, su proximidad al Sol hace que su observación desde la Tierra sólo pueda efectuarse hasta unas tres horas después de la puesta del Sol o tres horas antes de su salida. Sin embargo, así como la observación de Mercurio es muy difícil y puede pasar fácilmente desapercibido, Venus es muy fácil de ver –dentro del “horario” en que ello es posible-. Se debe esto a que, aunque está el doble de lejos del Sol que Mercurio y, por tanto, recibe menos luz de éste, por ese mismo motivo está más cerca de nosotros y lo podemos ver mejor. De hecho es el astro que más se nos acerca, si no consideramos la Luna y algún que otro meteorito o cometa ocasional. También es bastante más grande que Mercurio y su superficie reflectora es mayor. Además tiene una atmósfera muy densa que refleja mucha más luz que la oscura superficie sin atmósfera de Mercurio. Todo esto hace que Venus sea, tras el Sol y la Luna, el astro más brillante del firmamento, hasta el punto de producir sombras en circunstancias favorables.
-Estrellas matutinas/vespertinas-
El gran brillo de Venus es quizá el motivo por el que los romanos lo bautizaron con el nombre de su diosa de la belleza. También es conocido como lucero del alba o lucero de la tarde, porque su resplandor hace que en muchas ocasiones sea la primera “estrella” que se ve cuando el Sol se está poniendo, o la última en desaparecer al amanecer; pudiendo ser visto incluso a plena luz del día. Su tamaño es casi igual al de la Tierra, 12.100 kms. por 12.750 kms. La masa es algo superior al 80% de la terrestre, y tanto la densidad como la gravedad son ligeramente inferiores a las de la Tierra. Todo esto hizo que se le considerara un planeta gemelo al nuestro, añadido al hecho de que se encuentra dentro del cinturón de la vida del Sol, es decir de la zona dentro de la cual es posible la existencia de agua líquida. Además de Venus y la Tierra, también Marte se encuentra en esta zona. El examen por telescopio de Venus sólo permitió observar que estaba rodeado en su totalidad por una espesa capa de nubes que impedían ver su superficie. Las características tan similares entre la Tierra y Venus, el que también se encontrase en el cinturón de la vida y el que tuviese una atmósfera nubosa tan densa, alimentó durante bastante tiempo especulaciones sobre la posibilidad de que existiese vida, incluso altamente evolucionada. Se dio por supuesto que las nubes eran de agua y que su espesor evitaba el sobrecalentamiento de Venus por su cercanía al Sol, reflejando gran parte de la energía que recibía de éste, al tiempo que permitían la existencia de océanos. Muchos dieron por verosímil que Venus poseyera un ambiente húmedo y cálido, con exuberantes junglas llenas de vegetación y grandes animales semejantes a los dinosaurios y unos enormes océanos plagados de vida marina. Algún autor de ciencia ficción fantaseó con avanzadas civilizaciones venusianas, que nosotros no podíamos detectar a causa de las nubes y que, por el mismo motivo, vivían ignorantes del universo existente más allá de su atmósfera. La realidad, como ahora veremos, ha resultado ser muy diferente.
LA ATMÓSFERA DE VENUS
El primer indicio de esta realidad se produjo a mediados de los años 50 del siglo XX, cuando los astrónomos estudiaron las microondas radiadas por el lado oscuro de Venus y llegaron a la conclusión de que dicho lado debía tener una temperatura muy por encima del punto de ebullición del agua. Esta conclusión resultó tan sorprendente que no se aceptó definitivamente hasta que en los años 60 pudo enviarse la sonda Mariner II que se aproximó hasta 36.000 kms de Venus, y que llevaba instrumental específico que la confirmó.
-Atmósfera superior de Venus-
La atmósfera de Venus está formada por un 96 % de dióxido de carbono y un 3% de nitrógeno. Los soviéticos descubrieron que sólo el 2 o 3% de la energía solar que incide sobre las nubes del planeta llega a la superficie, y que muy poca de la radiación infrarroja vuelve al espacio. La enorme cantidad de dióxido de carbono de la atmósfera provoca un fuerte efecto invernadero que eleva la temperatura de la superficie del planeta hasta cerca de 460 °C en el ecuador. Esto hace que Venus sea más caliente que Mercurio, a pesar de hallarse a más del doble de la distancia del Sol que este y de recibir solo el 25% de su radiación solar. La temperatura superficial media de Venus es más que suficiente para derretir el estaño y el plomo y hacer hervir el mercurio. La atmósfera es sorprendentemente densa: la presión atmosférica de Venus es 90 veces superior a la terrestre, equivalente a la que hay a un kilómetro bajo el agua. En las capas superiores de las nubes los vientos pueden alcanzar los 350 km/h siendo muy suaves en la superficie, pero su elevada densidad hace que aún los vientos más débiles contengan la potencia de un huracán. La capa principal de nubes tiene un grosor de 3 km y se encuentra a unos 45 sobre la superficie. Esta capa está formada básicamente por vapor de agua con cierta cantidad de azufre, y por encima de la capa principal de nubes se encuentra otra formada por ácido sulfúrico. Esto implica que en Venus llueve, pero no agua, sino una supercorrosiva lluvia de ácido sulfúrico. Las altas temperaturas, presión y la lluvia ácida hacen que Venus, lejos de ser aquel planeta exuberante de vida que se supuso en un principio y, pese a tener el nombre de la diosa de la belleza y el amor, sea más parecido a la imagen que tenemos del infierno. Un planeta tremendamente inhóspito, difícilmente explorable y mucho más difícil de colonizar, posiblemente sea uno de los últimos sitios del Sistema Solar donde los humanos podamos asentarnos.
GEOLOGÍA DE VENUS
El interior de Venus es probablemente similar al de la Tierra: un núcleo de hierro de unos 3000 km de radio, con un manto rocoso que forma la mayor parte del planeta. Sin embargo su campo magnético es muy débil, Esto se puede deber a su lenta rotación, insuficiente para formar el sistema de “dinamo interno” de hierro líquido. Se cree que Venus tuvo originalmente tanta agua como la Tierra pero que, al estar sometida a la acción del Sol sin la protección de un campo magnético, el vapor de agua en la alta atmósfera se disocia en hidrógeno y oxígeno, escapando el hidrógeno al espacio por su baja masa molecular. El oxígeno permanece conformando el dióxido de carbono atmosférico. Se piensa que Venus no tiene placas tectónicas móviles como la Tierra, pero si ha tenido una intensa actividad volcánica que enterró gran parte del planeta en flujos de lava, y que ha sido el origen del dióxido de carbono de la atmósfera. Otros descubrimientos recientes sugieren que Venus todavía está volcánicamente activo. Lo que sí que son prácticamente inexistentes son los cráteres de origen meteórico, cosa nada sorprendente dada su densa atmósfera.
La orografía de Venus es similar a la de la Tierra, tiene dos mesetas principales a modo de continentes, elevándose sobre una vasta llanura. La meseta norte se llama Ishtar Terra y contiene la mayor montaña de Venus (aproximadamente dos kilómetros más alta que el monte Everest), llamada montes Maxwell. Ishtar Terra tiene el tamaño aproximado de Australia. En el hemisferio sur se encuentra Aphrodite Terra, mayor que la anterior y con un tamaño equivalente al de Sudamérica. Una zona llamada Beta Regio podría ser la mayor extensión volcánica del Sistema Solar.
LA ÓBITA DE VENUS
La órbita de Venus es la más parecida a una circunferencia, con una excentricidad inferior a un 1%. Los periodos orbital y de rotación de Venus están sincronizados de manera que siempre presenta la misma cara del planeta a la Tierra cuando ambos cuerpos están a menor distancia. Esto podría ser una simple coincidencia pero, aunque todavía no se comprende del todo, existen especulaciones sobre un posible origen de esta sincronización como resultado de efectos de marea afectando a la rotación de Venus cuando ambos cuerpos están lo suficientemente cerca. El eje de rotación es muy vertical, con una inclinación de sólo 3’4º. Dado que el periodo de rotación es de 243 días y el orbital alrededor del Sol de 225, significa que los días venusianos duran más que sus años. Pero lo verdaderamente llamativo y misterioso del movimiento de Venus es el sentido de su rotación que es retrógrada, es decir que va al revés que el resto de los planetas, de forma que el Sol sale por el oeste y se pone por el este. Los motivos de este anómalo movimiento no se conocen.