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Plutón, cinturón de Kuiper y Oort

Plutón, cinturón de Kuiper y Oort

PLUTÓN

 

 

Actualmente, y como se explicará luego, Plutón ya no está considerado como planeta. Con todo lo ha sido durante más de ochenta años y posee unas particularidades únicas que lo hacen merecedor de una atención detallada. Empezaremos explicando la historia de su descubrimiento.

 


DESCUBRIMIENTO

El descubrimiento de Plutón marcó el final de una búsqueda que había durado casi 75 años. Tras descubrir Neptuno, los astrónomos advirtieron que su gravedad no bastaba para desviar la órbita de Urano, lo que habría la posibilidad de la existencia de otro planeta desconocido. Comenzó, pues, la búsqueda de este hipotético nuevo planeta.

El americano Percival Lowell, un bostoniano millonario aficionado a la astronomía, fundó en 1894 el observatorio Lowell en Arizona. Dado que el observatorio fue construido y se financiaba con su dinero, él marcaba las prioridades a las que tenía que dedicarse. Lowell tenía dos obsesiones relacionadas con la astronomía: demostrar la existencia de los canales artificiales de Marte, y encontrar el planeta que justificase las anomalías de las órbitas de Urano y Neptuno. Los miembros de su observatorio llevaron adelante la búsqueda, sin obtener resultados hasta su muerte en 1916.

Sin embargo, doce años después de la muerte de Lowell, los nuevos responsables del observatorio consideraron que merecía la pena dedicar parte del tiempo y el presupuesto a la búsqueda de supuesto planeta X. Una tarea meticulosa, monótona y agotadora, que sólo podían encargar a un joven novato entusiasta. El encargado de ello fue Clyde Tombaugh de 23 años. El trabajo de Tombaugh consistió en pasar frío mientras tomaba pares de fotografías del cielo nocturno para, a continuación, examinar cada par y determinar si algún objeto había cambiado de posición.

-Placas fotográficas donde se descubrió Plutón-

Usó para ello un microscopio de parpadeo, aparato que creaba una ilusión de movimiento al desplazar rápidamente dos fotografías sobre sí mismas y permitía así detectar cambios en la posición de los objetos o en la apariencia de las imágenes. El 18 de febrero de 1930, tras casi un año de búsqueda, encontró un objeto que se había movido en las placas.

Cuando nuevas observaciones confirmaron que se trataba de un nuevo planeta, surgió el problema de ponerle nombre. Tras varias propuestas y discusiones se optó por llamarlo Plutón –dios romano de los infiernos-, cosa muy apropiada por encontrarse tan lejos de la luz del Sol. Además las dos primeras letras coincidían con las iniciales de Percival Lowell.


CARACTERÍSTICAS Y PECULIARIDADES DE PLUTÓN

Plutón ha resultado ser excepcional por varios motivos. En primer lugar, después de encontrarnos con cuatro gigantes gaseosos seguidos, volvemos a tropezar con un planeta rocoso, que no sólo no es gigante, sino que es el más pequeño de los planetas. También su órbita es excepcional, pues es la más excéntrica de todas las órbitas planetarias, hasta el punto de que durante 20 de los 248 años que dura se encuentra más próximo al Sol que Neptuno. Además, mientras el resto de planetas orbitan todos, poco más o menos, en el mismo plano, la órbita de Plutón está inclinada 17º con respecto al plano de las órbitas de los otros planetas.

En 1978 se descubrió un satélite de Plutón, y se le bautizó como Caronte, nombre del barquero que, en los mitos griegos, lleva a las sombras de los muertos al otro lado de la laguna Estigia, hasta el reino subterráneo de Plutón.

-Plutón y Caronte-

Caronte es extraordinariamente grande en relación a su planeta. Su diámetro es algo menor a la mitad del de Plutón. Además están muy cerca uno del otro, a sólo 20.000 km. Estas dos circunstancias, hacen que Plutón y Caronte formen un auténtico planeta doble, en mayor medida aún que la Tierra y la Luna, girando ambos alrededor de un centro de gravedad común. Mientras la Tierra ha frenado la rotación de la Luna, hasta conseguir que esta nos presente siempre la misma cara; Plutón y Caronte se han frenado mutuamente, y los dos están enfrentados de la misma manera que dos pesas de halterofilia sujetas por la barra. Posteriormente se han descubierto cuatro satélites más, todos de pequeño tamaño de tan sólo unas pocas decenas de kilómetros de diámetro. Sus nombres son: Hidra, Nix, Cerbero y Estigia.

Dada su gran distancia a la Tierra los detalles de su superficie, atmósfera y orografía eran prácticamente desconocidos. Las naves Voyager que nos proporcionaron tanta información y tantas imágenes de los cuatro gigantes gaseosos, no pudieron visitar a Plutón. Hubo que esperar al año 2015 cuando la sonda New Horizons, logró aproximarse y consiguió las primeras imágenes detalladas tanto de Plutón como de Caronte.

Lo que quedó claro ya poco después del descubrimiento de Plutón, es que éste era demasiado pequeño para explicar por sí sólo las anomalías de las órbitas de Urano y Neptuno. Así que algunos astrónomos aún postulan la posibilidad de la existencia del planeta X.

 

-Recreación superficie de Plutón-


EL CINTURÓN DE KUIPER

El cinturón de Kuiper (llamado así por el astrónomo holandés que pronosticó su existencia) es el conjunto de cuerpos que orbitan el Sol a una distancia que va desde poco más allá de la órbita de Neptuno hasta varias veces la distancia de éste al Sol. Está formado por millones de cuerpos rocosos, el primero de los cuales se descubrió en 1992. Su tamaño es diverso, normalmente son pequeños, como los asteroides, pero algunos son grandes. Se cree que el cinturón es la fuente de los cometas de periodo corto, como el Halley que tiene un periodo de 75 años. La gran distancia que les separa del Sol habría permitido su permanencia al impedir la evaporación de sus compuestos volátiles.

Han sido observados cerca de un millar de objetos del cinturón de Kuiper. Los mayores son Eris, Haumea, Makemake y Quaoar, y algunos son casi tan grandes como Plutón. Eris, por ejemplo mide unos 2.325 km. de diámetro. Haumea (descubierto en 2003 por un equipo dirigido por José Luis Ortiz Moreno en el Observatorio de Sierra Nevada en Granada), presenta unas características interesantes. Para empezar, según recientes observaciones del año 2017, ha resultado ser bastante mayor de lo que inicialmente se había calculado. Su diámetro es de 2.322 km., es decir, prácticamente igual que Eris, sólo un poco menor que Plutón. Eso su diámetro mayor, porque Haumea no es esférico sino que presenta una forma muy ovalada, siendo su diámetro menor la mitad del mayor. Tiene dos pequeñas lunas de unos centenares de kilómetros de diámetro. Además, en la observación de 2017, se descubrió que Haumea tiene también un anillo de unos 70 km de ancho.

-Haumea–


Todo esto parece indicar que Plutón sería un objeto más del cinturón de Kuiper, el mayor de los conocidos, aunque por poco margen. Lo que nos lleva al tema sobre el debate si Plutón es o no es un planeta.


¿PLANETA O NO PLANETA?

-Protestas por Plutón-

Prácticamente ya desde su descubrimiento, y a la vista de las peculiaridades de su órbita, tamaño y demás, estuvo en discusión dentro de la comunidad científica, si era correcto calificar a Plutón como planeta, o si simplemente como un cuerpo rocoso mayor de lo habitual. La principal defensora de la categoría planetaria de Plutón era la escuela norteamericana, en contraposición de la escuela europea que mayoritariamente opinaba que habría que sacarlo de tan restringido club. No parece haber mucha duda de que este interés de los norteamericanos se debía a que es el único planeta descubierto por un compatriota suyo. Sin embargo el continuo descubrimiento de objetos del cinturón de Kuiper, algunos casi tan grandes como Plutón, terminó por avalar más la tesis de la escuela europea frente a la norteamericana. Finalmente en 2006, tras una polémica reunión de la Unión Astronómica Internacional, y pese a que los americanos hicieron servir todo el peso de su influencia, se acordó desclasificar a Plutón como planeta y ubicarlo en una nueva categoría de objetos celestes, los denominados “planetas enanos”. En esta categoría se incluyó además de Plutón a Ceres, el mayor de los asteroides así como a Eris y demás integrantes mayores del cinturón de Kuiper. Según la resolución de la U.A.I. hay tres condiciones para que un objeto sea considerado planeta:

1. El objeto debe estar en órbita alrededor del Sol.
2. El objeto debe ser lo bastante masivo como para que su gravedad lo haya redondeado.
3. El objeto debe haber limpiado la vecindad de su órbita.

Y Plutón no cumple la tercera condición. Con todo, la polémica sigue, pues no todo el mundo está de acuerdo con esa resolución.


LA NUBE DE OORT

El cinturón o nube de Oort, se llama así en honor de otro astrónomo holandés. Es una nube esférica de objetos transneptunianos hipotética (es decir, no observada directamente) que se encuentra en los límites del Sistema Solar, casi a un año luz del Sol. Está formada por miles de millones de cuerpos que conforman una especie de gigantesca nube que envuelve todo el Sistema Solar a una distancia de unas 100.000 unidades astronómicas. La diferencia con el cinturón de Kuiper es que este está formado básicamente por objetos rocosos, mientras que los del de Oort están constituidos principalmente por materiales helados que se evaporarían fácilmente si se encontraran más cerca de una fuente de calor. Este material son restos de la nube originaria de polvo y gas que se condensaron para formar el Sistema Solar y que, a causa de colisiones o de la influencia gravitatoria de las estrellas más próximas a nosotros, ocasionalmente son arrancados de sus órbitas dando lugar a los cometas de periodo largo.

 

A pesar de que la nube de Oort, como se ha dicho, no se ha observado directamente, los astrónomos creen que es la fuente de todos los cometas de período largo. La mayoría de los cometas de período corto se originaron en el cinturón de Kuiper, pero se cree que, aun así, existe un gran número de ellos que tienen su origen en la nube de Oort. Sólo tenemos evidencia en la nube de Oort de cinco posibles miembros, el mayor de los cuales se llama Sedna. Todos ellos se encuentran en la nube de Oort interior. En 2014 se anunció el descubrimiento de un nuevo objeto, que sería el segundo más grande de la nube tras Sedna, identificado como 2012 VP113.

Los objetos de la nube de Oort exterior se encuentran muy poco ligados gravitacionalmente al Sol, y esto hace que otras estrellas, e incluso fuerzas de marea de la propia Vía Láctea, puedan afectarlos y provocar que salgan despedidos hacia el sistema solar interior. Las fuerzas de marea se producen debido a que la gravedad que ejerce un cuerpo decrece con la distancia. La Vía Láctea ejerce estas fuerzas de marea sobre la nube de Oort, deformándola ligeramente hacia el centro de la galaxia (por lo que la nube de Oort no es una esfera perfecta). En el sistema solar interior esta marea galáctica es ínfima, ya que la gravedad solar predomina; pero cuanto mayor es la lejanía al Sol aquélla se vuelve cada vez más perceptible. Esta pequeña fuerza es suficiente para perturbar el movimiento de algunos miembros de la nube y una parte de ellos son enviados hacia el Sol.

 

LA HIPÓTESIS DE NÉMESIS

Al estudiar las extinciones en la Tierra los científicos advirtieron un patrón que se repite cada cierto tiempo. Observaron que aproximadamente cada 26 millones de años en nuestro planeta desaparece un porcentaje de especies considerable, aunque todavía no se sabe con certeza qué lo causa.
En 1984 algunos astrónomos sugirieron la posibilidad de que el Sol pudiera tener una compañera estelar que lo orbitara. Dicho objeto hipotético recibió el nombre de Némesis, que sería probablemente una enana marrón y orbitaría muy cerca de donde creemos que se encuentra la nube de Oort. Némesis poseería una órbita elíptica, por lo que cada 26 millones de años pasaría a través de la nube, bombardeando cometas al Sistema Solar interior, lo que explicaría la periodicidad de las extinciones en la Tierra. Un año más tarde sugirieron la posibilidad de que Némesis pudiera tratarse de un pequeño agujero negro. Sin embargo, no se han encontrado pruebas definitivas de su existencia y muchos científicos argumentan que una compañera estelar a una distancia tan enorme del Sol no podría tener una órbita estable, ya que sería expulsada por las perturbaciones de las demás estrellas.

Asteroides, meteoritos y cometas

Asteroides, meteoritos y cometas

INTRODUCCIÓN

Asteroides y cometas son los cuerpos menores del Sistema Solar. La mayoría sólo miden unos pocos kilómetros, incluso menos, aunque los asteroides mas grandes alcanzan diámetros de varios centenares de kilómetros. Son los restos de la formación del Sistema Solar  que no llegaron a integrarse en un objeto mayor. La posibilidad de que la Tierra choque con uno que sea peligrosamente grande es una amenaza más que inquietante, no es un miedo absurdo. Ya ha ocurrido varias veces, y volverá a ocurrir; lo que no sabemos es cuando.

Pero antes de comentar los riesgos y consecuencias de que eso suceda, veamos en qué consisten estos restos, estos escombros del Sistema Solar: los asteroides y cometas.

 

-ASTEROIDES

Con este nombre se denominan los miles de cuerpos rocosos o metálicos de diverso tamaño y que orbitan el Sol, en su mayor parte entre Marte y Júpiter, en lo conocido como “cinturón de asteroides”. Entre Marte y Júpiter existe un hueco que intrigó a los astrónomos desde el descubrimiento de Urano ¿Podría existir un planeta desconocido en dicho hueco? Lo cierto es que no existe tal planeta, pero en su lugar se encuentran diseminados millones de pequeños cuerpos rocosos que, o bien pueden ser los restos de un planeta preexistente que estallara, o bien de uno que no llegó a formarse.

Se han identificado varios miles de estos pequeños cuerpos celestes. El mayor, con un diámetro de unos 920 km., se descubrió en 1801 desde Sicilia, y se le bautizó como Ceres, diosa romana del trigo, que había estado particularmente asociada con la isla. Los tres siguientes en descubrirse lo fueron en 1807, y se les llamaron Palas, Juno y Vesta. Esos nuevos objetos eran tan pequeños que, incluso con el mejor telescopio de la época, no mostraban disco. Seguían siendo puntos de luz, al igual que las estrellas. Por esta razón se los denominó asteroides, es decir parecidos a estrellas.

La existencia de los asteroides puede deberse a restos de la nebulosa de gas que originó el Sistema Solar, o a un planeta que estalló. Ambas posibilidades están admitidas y tienen sus partidarios, aunque predomina la primera y se achaca a la influencia del cercano Júpiter el que no llegasen a consolidarse en un planeta entero.

Aunque la mayoría de asteroides están confinados en el cinturón entre Marte y Júpiter, algunos se salen sustancialmente de él. Por ejemplo Quirón, un asteroide que se aleja hasta la órbita de Urano. La órbita de otro, Apolo, por el contrario se acerca al Sol más incluso que Venus, y se ha dado el nombre de objetos Apolo a todos los que se aproximen al Sol más que Venus. Uno de ellos se acerca más incluso que Mercurio, de hecho es el astro que más se aproxima al Sol; se le llamó Ícaro, en honor del personaje mitológico que voló con unas alas artificiales y que se precipitó contra el suelo por acercarse mucho al Sol que derritió la cera con la que se sujetaban las plumas. Se calcula que pueden existir alrededor de un millar de objetos Apolo, con diámetros de un kilómetro y más. Evidentemente, todo objeto Apolo y otros que no llegarán hasta la órbita de Venus, también cruzarán la órbita de la Tierra, por lo que implican un cierto riesgo de que se aproximen más de lo recomendable y originen una colisión. Pero de esto hablaremos más adelante.

Un caso especialmente curioso son los asteroides troyanos, llamados así porque a todos se les ha puesto nombres de personajes de la Iliada. Forman dos grupos arracimados en la órbita de Júpiter, un grupo 60º por delante del mismo, y el otro 60º detrás, de tal forma que cada grupo está en el vértice de un triángulo equilátero, en el que Júpiter y el Sol ocuparían los otros vértices. Esto es debido a que estos puntos son gravitatoriamente estables, por lo que todo cuerpo que entre en ellos no sufre perturbaciones y puede permanecer allí indefinidamente.

Es admitido que tanto Fobos y Deimos, satélites de Marte, como muchos de los satélites menores de los cuatro planetas gigantes del Sistema Solar, pueden ser en realidad asteroides capturados por sus atracciones gravitatorias. Continuamente se van identificando y bautizando nuevos asteroides (en 1921 se descubrió el asteroide nº 945, por el astrónomo J. Josep Comas Solá, quien lo llamó Barcelona).

La riqueza de minerales y metales de los asteroides, los hace particularmente atractivos como fuentes de recursos mineros para un futuro, cuando la astronáutica esté más avanzada y sea rentable obtenerlos. De momento tendremos que seguir conformándonos con explotar los recursos de la Tierra.

-COMETAS

Los cometas constituyen el otro grupo de cuerpos menores integrados por los restos de la formación del Sistema Solar. Cuando uno se hace visible aparece como un objeto neblinoso y débilmente luminoso, con una larga y deshilachada cola o cabellera. Los antiguos griegos los llamaron aster kometes (estrellas melenudas), y de ahí les viene el nombre.

A diferencia con los asteroides que son rocosos o metálicos, los cometas están formados básicamente por materiales helados. Se ha sugerido incluso que el origen de gran parte del agua de la Tierra podría estar en la que depositaron los cometas que chocaron contra nuestro planeta en los primeros tiempos de su formación, cuando los cometas vagabundos eran mucho más abundantes que ahora, y las colisiones con planetas algo frecuente. Como en los cometas se encuentran así mismo substancias orgánicas complejas, algunos piensan que también pudieron ser los que nos trajeron las primeras moléculas que dieron origen a la vida en la Tierra.

Cuando un cometa se aproxima lo suficiente al Sol, el material helado de su superficie empieza a calentarse y evaporarse y producir una nube de gas, vapor y polvo. Esta nube es empujada y arrastrada por el viento solar hasta distancias enormes, y constituye la cola del cometa. Por tanto la cola de un cometa siempre está orientada en dirección contraria al Sol, tanto al aproximarse como luego cuando se aleja del mismo. A medida que un cometa va realizando sucesivas aproximaciones al Sol, va perdiendo material evaporable, por lo que el proceso de formación de su cola continuará sólo mientras le quede.

Actualmente se cree que la procedencia de los cometas estaría en la llamada nube de Oort, una especie de capa dejada por la nube originaria de polvo y gas que se condensaron hace 5.000 millones de años para formar el Sistema Solar. La nube de Oort está situada en las afueras del Sistema Solar, a casi un año luz, y estaría constituida por miles de millones de pequeños cuerpos con diámetros de 800 metros a 8 kilómetros. Ordinariamente, los cometas permanecen en sus alejados hogares en torno al Sol con periodos de revolución de millones de años. De vez en cuando, sin embargo, a causa de colisiones o por la influencia gravitatoria de algunas de las estrellas más cercanas, algunos cometas aumentan la velocidad y abandonan el Sistema Solar. Otros se enlentecen y se mueven hacia el Sol, rodeándole y regresando a su posición original, para volver a aproximársele de nuevo.

De tal forma resulta que los cometas tienen unas órbitas en extremo excéntricas y alargadas, con periodos de años o siglos, y sólo se hacen visibles cuando penetran en el Sistema Solar interior y pasan cerca de la Tierra. El cometa Kohoutek, por ejemplo, se aproxima al Sol tanto como Mercurio, pero en su punto más alejado lo está 120 veces más que Neptuno, y su periodo orbital es de 217.000 años. Además, los cometas pueden presentarse en cualquier ángulo y hasta moverse en dirección retrógrada. Todo ello hace que su presencia sea algo imprevisible y sus movimientos anómalos. Dado que a la gente nunca le ha gustado las cosas erráticas de la vida, como por ejemplo sequías, inundaciones, enfermedades o guerras, y además existía la creencia generalizada de que las estrellas y los planetas influían en los asuntos humanos; las inesperadas apariciones de los cometas y sus caprichosos y erráticos movimientos, se tomaron frecuentemente como augurios de desgracias y desastres.

El primer cometa del que se pudo comprobar que, aunque sumamente alargada, tenía una órbita elíptica al igual que todos los cuerpos del Sistema Solar, y por tanto iba y volvía alrededor del Sol una y otra vez, fue el cometa Halley, bautizado así en honor del astrónomo inglés que lo observó en 1682 y predijo acertadamente que regresaría en 1758, aunque no vivió para verlo.

-METEORITOS

Cada día caen en la Tierra algunos miles de toneladas de materia procedente del espacio exterior. La mayoría son motas de polvo, pero algunos trozos alcanzan el tamaño de un garbanzo y velocidades de varios miles de kilómetros por hora. Esta gran velocidad hace que, al entrar en la atmósfera, el rozamiento los haga entrar en combustión por lo que se vuelven brillantes y visibles: son las estrellas fugaces. Los más grandes pueden formar estelas mucho más gruesas y de colores, y en ocasiones producen sonido, entonces se les denomina bólidos. Todas las noches son visibles estrellas fugaces, si la noche es lo suficientemente oscura y despejada, pero en algunas fechas concretas del año, la frecuencia de estrellas fugaces es mucho más elevada de lo habitual, y entonces tenemos una “lluvia de estrellas”. Las más conocidas son las Perseidas y las Leónidas, llamadas así porque las estelas parecen venir todas desde la constelación de Perseo y Leo, respectivamente. Estas lluvias de estrellas se producen cuando la Tierra, en el transcurso de su órbita, cruza por los restos de la cola de cometas que pasaron hace tiempo, de forma que cada año los cruza en las mismas fechas.

Cuando un pedazo de roca o metal es lo suficientemente grande para sobrevivir al roce con la atmósfera e impactar contra el suelo, le llamamos meteorito. En los primeros tiempos de la formación del Sistema Solar había esparcidos muchos restos de materia sobrante que no se aglomeró en planetas. Entonces los impactos de meteoritos contra la Tierra eran algo muy frecuente. Con el transcurso de los años se produjo un barrido, y la cantidad de meteoritos fue disminuyendo, hasta la actualidad en que casi todos han quedado confinados en el cinturón de asteroides.

-Crater Winslow (Arizona)-

Algunos cuerpos del Sistema Solar como la Luna, Mercurio y otros, al carecer de atmósfera, manifiestan claramente las huellas de los impactos que los meteoritos les han ido produciendo durante millones de años. En cambio, en la Tierra, casi no se conservan restos evidentes de cráteres de impacto, pues han sido borrados por la acción del viento y el agua. Pero algunos más recientes aún permanecen para demostrarnos que no estamos libres del peligro de chocar con meteoritos de gran tamaño. Por ejemplo, el gran cráter de Winslow, Arizona, fue resultado de un meteorito metálico de aproximadamente 40 metros de diámetro, que colisionó hace unas cuantas decenas de milenios con la Tierra a más de 30.000 kilómetros por hora formando un cráter de más de un kilómetro de diámetro.

Las causas por las que se extinguieron los dinosaurios no están claras, pero la teoría actualmente más aceptada es que fue debido a las consecuencias del impacto hace aproximadamente 65 millones de años de un asteroide o cometa de 10 kilómetros de diámetro y que formó un cráter de 200 kms. El lugar del impacto se sitúa en el Golfo de México, cerca de la península de Yucatán. Un impacto meteorítico como el que supuso el fin de los dinosaurios, es capaz de causar una inmensa devastación. Un efecto inmediato es la ignición de fuegos en toda la superficie de la Tierra, provocados por las muy altas temperaturas inducidas en la atmósfera y por el impacto de millones de rocas al rojo vivo que se distribuirían a grandes distancias. Sin embargo, los efectos más devastadores serían a largo plazo, ya que el polvo y el humo producido por el colosal impacto serían inyectados en la atmósfera causando así, paulatinamente, la disminución de las temperaturas y una gran oscuridad. Un invierno global, en ausencia de procesos de fotosíntesis, podría ser causa de la desaparición de muchas especies por congelación e inanición. Otras consecuencias mortales del impacto serían la contaminación de la atmósfera y los océanos con la formación de grandes cantidades de compuestos ácidos, tales como ácido nítrico y nitroso. Estos ácidos deforestarían y destruirían los sistemas respiratorios de los animales y disolverían las conchas de los crustáceos. El bióxido de carbono producido por la desaparición de las conchas destruiría la capa de ozono en la estratosfera, lo que expondría la flora y fauna a una intensa radiación ultravioleta.

De ocurrir el impacto en un océano se producirían inmensos tsunamis en gran parte del planeta capaces de penetrar cientos de kilómetros tierra adentro arrasando islas y zonas bajas continentales. Finalmente, es posible que el impacto de un meteorito de este calibre induzca potentes erupciones volcánicas alrededor del mundo y contribuiría así, aún más, a la eliminación de especies.

-Impacto de Tunguska-

En tiempos recientes, el impacto más importante ocurrió en Siberia el 30 de junio del 1908, cuando una bola de fuego explotó cerca de la superficie de la Tierra en el valle del río Tunguska, destruyendo cerca de 2.000 km2 de bosques. El impacto fue devastador para la flora y fauna, aunque no dejó cráter alguno. Sin embargo, debido a lo escaso y aislado de la población de esta región, no debió causar muchos muertos y heridos. La historia quizás hubiese sido muy diferente de haber ocurrido el impacto unas pocas horas más tarde, sobre los cielos de San Petersburgo, Helsinki, Estocolmo o Oslo, dado que estas grandes ciudades se encuentran aproximadamente en la misma latitud que Tunguska y, por lo tanto, la rotación de la Tierra hubiese alterado la longitud del desastre y expuesto así a estas ciudades como posibles blancos del impacto.

 

-Efecto del meteorito de Tunguska si hubiese caído sobre Londres-

Si hoy se descubriese un asteroide o cometa que fuese a colisionar con la Tierra, la Humanidad no tiene medio alguno de evitarlo. Sólo si fuera muy pequeño, del orden de unas decenas o pocos centenares de metros, cabría plantearse la posibilidad de destruirlo mediante explosiones nucleares, o modificar su órbita empujándolo. El problema de los asteroides y cometas muy pequeños es que, precisamente su propia pequeñez, los hace muy difíciles de detectar hasta que ya están próximos a nosotros; por lo que aunque es posible que tengamos la tecnología suficiente para ello, al no existir ya un sistema de alerta preparado para responder inmediatamente, lo más probable es que no hubiese tiempo de organizarlo. Y hemos de contar que, a parte de las dificultades técnicas, las diferencias políticas entre los países, el habitual secretismo de los gobiernos, la desconfianza mutua y el gasto económico que algo así representaría para afrontar algo que siempre presentará cierto grado de incerteza, que es posible que pase o no; todo ello no haría más que retrasar la decisión de actuar. Si el objeto que se nos aproximase tuviese varios kilómetros de diámetro, como el que extinguió a los dinosaurios, no habría nada que hacer. Ni actualmente, ni en un futuro previsible tendremos la tecnología necesaria para evitarlo, pese a que las películas americanas sobre el tema nos hagan creer lo contrario.

Que la Tierra volverá a sufrir un impacto de consecuencias cataclísmicas, no es una hipótesis, es algo seguro. Lo que no sabemos es cuando sucederá, puede ser este año, el siglo que viene, de aquí a 10.000 años o más adelante aún. Vemos pues, que el cielo se desplomará algún día sobre nuestras cabezas, pero por ahora, mientras no tengamos los medios para impedirlo, lo único que podemos hacer es lo mismo que los galos de Asterix: confiar que eso no suceda mañana.