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LA ASTRONOMÍA EN LA ANTIGÜEDAD -GRECIA-

LA ASTRONOMÍA EN LA ANTIGÜEDAD -GRECIA-

Como otras muchas cosas de nuestra civilización, también nuestra astronomía es heredera de la Grecia clásica. Así que nos detendremos en detallar como era esta astronomía griega, sin dejar por ello de reconocer que otras civilizaciones y culturas de la antigüedad como egipcios, chinos, sumerios, mayas, etc. también tenían grandes conocimientos astronómicos y efectuaron grandes avances y descubrimientos que incluso, en el caso de los egipcios y babilonios, pudieron ser precursores e inspiración de los griegos.


FILOSOFÍA

Por mucho poder y majestad que pudieran tener los dioses, éstos mostraban también debilidades humanas. Eran caprichosos, envidiosos, capaces de adoptar una conducta violenta por motivos fútiles y susceptibles de halagos vanidosos infantiles. Mientras el Universo estuviera bajo el control de unas deidades tan arbitrarias e imprevisibles, no había posibilidades de comprenderlo, solo la esperanza de aplacarlos.
Pero desde el nuevo punto de vista de los pensadores griegos más tardíos, el Universo era una máquina gobernada por leyes inflexibles. Confiaban en que las leyes naturales, cuando son halladas, pueden ser compresibles y que la Naturaleza jugará limpio no cambiándolas caprichosamente en mitad del juego. Así pues, los filósofos griegos se entregaron al ejercicio intelectual de descubrir estas leyes. Esta nueva forma de estudiar el Universo fue denominada Philosofia, voz que significa “amor al conocimiento”.


LOS AXIOMAS

Los griegos consiguieron sus éxitos más brillantes en geometría. Sobre el año 300 a.C., Euclides publicó un libro titulado Elementos que ha sido el libro de geometría más influyente de la Historia, traducido y leído durante más de dos mil años. En él recopiló los teoremas matemáticos y geométricos conocidos en su tiempo y los dispuso en un orden razonable, de forma que cada uno pudiera demostrarse utilizando teoremas previamente demostrados. Pero ¿entonces, cómo podía demostrarse el teorema número 1? La solución consistió en establecer una serie de verdades tan obvias y evidentes que no necesitaran demostración. Estas verdades obvias en sí mismas se llamaron axiomas. Estos son los cinco axiomas de Euclides:

  1. Dados dos puntos se puede trazar una recta que los une.
  2. Cualquier segmento puede prolongarse de manera continua en     cualquier sentido.
  3. Se puede trazar una circunferencia con centro en cualquier punto y de cualquier radio.
  4. Todos los ángulos rectos son iguales.
  5. Si una recta corta a otras dos formando, a un mismo lado de la secante, dos ángulos internos agudos, esas dos rectas prolongadas indefinidamente se cortan del lado en el que están dichos ángulos. O dicho de otra forma: por un punto exterior a una recta, se puede trazar una única paralela a la recta dada.

El último axioma nunca estuvo muy claro para los matemáticos, hasta que finalmente se demostró que sólo es válido en la geometría euclídea que es la que consideramos “normal”, pero que existen otras geometrías no euclídeas en las que no es válido. Pero esto es otro tema que no trataremos ahora.
Seducidos por el éxito de los axiomas en la geometría, los griegos supusieron que otras ramas del conocimiento podrían desarrollarse a partir de similares “verdades absolutas”. Por este motivo en astronomía aplicaron axiomas como los de Eudoxo:

  1. La Tierra es el centro del universo.
  2. Todos los movimientos celestes son circulares.
  3. Todo movimiento celeste es regular.
  4. El centro de la trayectoria de cada movimiento celeste es el mismo que el centro de su movimiento.
  5. El centro de todo movimiento celeste es el centro del universo.

La idea de que los movimientos celestes eran circulares se debía a la convicción en la supuesta perfección de los cielos, y dado que los griegos consideraban el círculo como la curva perfecta, dedujeron que todos los cuerpos celestes debían moverse en círculos alrededor de la Tierra. De forma similar, Aristóteles elaboró caprichosas teorías sobre el movimiento a partir de axiomas “evidentes”, tales como la afirmación de que la velocidad de caída de un objeto era proporcional a su peso, que tuvo que esperar hasta la llegada de Galileo en el siglo XVII para demostrar que no era cierta.
Sin embargo los filósofos griegos tenían un defecto que ahora nos puede llamar la atención por lo evidente. Y es que consideraban la deducción como el único medio respetable de alcanzar el conocimiento, y que el conocimiento más excelso era el elaborado simplemente por la actividad mental. Es decir, que opinaban que todo podía saberse sin moverse del sillón usando sólo el pensamiento a través de razonamientos y deducciones lógicas. Amaban el razonamiento puro por sí mismo, aunque no tuviese ninguna utilidad práctica, y despreciaban las actividades manuales o artesanales que eran las que muchas veces aplicaban esos conocimientos a algo productivo. Hasta su máximo ingeniero, Arquímedes de Siracusa, rehusó escribir acerca de sus investigaciones prácticas y prefirió transmitir sus descubrimientos sólo en forma de matemáticas puras. No existe ninguna noticia relativa a que Aristóteles dejara caer dos piedras de distinto peso, para demostrar su teoría de que la velocidad de caída era proporcional al peso. A los griegos les pareció irrelevante este experimento, se interfería en la belleza de la pura deducción. Por otra parte, si un experimento no estaba de acuerdo con una deducción ¿podía uno estar seguro de que el experimento se había realizado correctamente? Demostrar una teoría perfecta con instrumentos imperfectos no interesó a los filósofos griegos, porque ¿debía ajustarse lo perfecto a las exigencias de lo imperfecto? Para ellos no había ninguna dificultad en aplicar el mismo método de razonamiento a la cuestión ¿qué es la justicia? que a la ¿qué es la materia?
Una vez los griegos hubieron hecho todas las posibles deducciones, parecieron quedar descartados ulteriores descubrimientos, el conocimiento filosófico se mostraba completo y perfecto, y cuando se planteaba alguna duda se zanjaba el asunto mediante el recurso a la autoridad del tipo “Aristóteles dice…” o “Euclides afirma…” Galileo también tuvo que batallar mucho contra este recurso a la autoridad como toda justificación de un argumento.1


ASTRÓNOMOS GRIEGOS DESTACADOS

TALES DE MILETO
Considerado, aunque no sin incertidumbres, el iniciador de la saga de filósofos y pensadores de la Grecia clásica, Tales (620-546 a.C.) fue el primero en intentar entender el mundo mediantes explicaciones racionales y no fantásticas o místicas. Aunque comúnmente es más conocido por su aportaciones matemáticas (Teorema de Tales), predijo un eclipse de sol en el año 585 a.C. y es significativa la anécdota que dice que una vez, habiéndosele reprochado su pobreza y su falta de preocupación por los asuntos materiales, y luego de haber previsto, gracias a sus conocimientos astronómicos, que habría una próspera cosecha de aceitunas la siguiente temporada, compró durante el invierno todas las prensas de aceite de Mileto y Quíos y las alquiló al llegar la época de la recolección, acumulando una gran fortuna y mostrando así que los filósofos pueden ser ricos si lo desean, pero que su ambición es bien distinta.


ANAXIMANDRO
Anaximandro (610-547 a.C.) fue discípulo de Tales. Se le atribuye también un mapa terrestre, la medición de los solsticios y equinoccios por medio de un gnomon, trabajos para determinar la distancia y tamaño de las estrellas y la afirmación de que la Tierra es cilíndrica y está suspendida en el centro del universo sin estar sustentada en nada.

 

EUDOXO DE CNIDO
Nacido aproximadamente en el 408 a.C., Eudoxo fue el primero en plantear un modelo planetario basado en un modelo matemático, por lo que se le considera el padre de la astronomía matemática.
Su fama en astronomía matemática se debe a la invención de la esfera celeste y a sus precoces aportaciones para comprender el movimiento de los planetas, que recreó construyendo un modelo de esferas homocéntricas que representaban las estrellas fijas, la Tierra, los planetas conocidos, el Sol y la Luna, y dividió la esfera celeste en grados de latitud y longitud. Su modelo cosmológico afirmaba que la Tierra era el centro del universo y el resto de cuerpos celestes la rodeaban fijados a un total de veintisiete esferas reunidas en siete grupos. En este modelo se basó Aristóteles para desarrollar su propio modelo cosmológico.


ERATÓSTENES DE CIRENE
Eratóstenes (276-194 a.C.) que fue director de la famosa Biblioteca de Alejandría durante 40 años, es particularmente conocido por haber realizado la primera medición del tamaño de la Tierra. Para ello se sirvió de un simple e ingenioso método:
Se había enterado que en una ciudad egipcia llamada Siena situada al sur, aproximadamente donde hoy se encuentra la ciudad y la presa de Assuán, el día del solsticio de verano, al mediodía, el Sol no proyectaba sombras y alumbraba el fondo de los pozos, porque se situaba justo en la vertical. Sin embargo, el mismo día, a la misma hora, en Alejandría donde él vivía eso no pasaba, los rayos solares caían con una cierta oblicuidad y los objetos presentaban sombra. Eratóstenes pensó que gracias a este fenómeno podría medir la circunferencia de la Tierra, para lo que necesitaba saber con cuantos grados incidían los rayos del Sol y para ello midió la longitud de la sombra de un palo clavado verticalmente en tierra.

La medida le dio un resultado de 7º y medio. Sabiendo la distancia entre Alejandría y Siena pudo calcular el total de 360º de la circunferencia de la Tierra2 . A pesar de los lógicos errores de medición el resultado que obtuvo se ajustó extraordinariamente a la realidad: 40.000 km. Para la circunferencia y 12.000 para el diámetro.
Por desgracia, no prevaleció este valor. Aproximadamente sobre el 100 a.C. otro astrónomo griego, Posidonio de Apamea, repitió la experiencia y llegó a la muy distinta conclusión de que la Tierra tenía una circunferencia de unos 29.000 km. Este valor más pequeño fue el que aceptó Ptolomeo y el que sobrevivió a la decadencia de Grecia y del Imperio Romano, siendo considerado válido durante los tiempos medievales. Cristóbal Colón aceptó también esta cifra y así creyó que la Tierra era más pequeña de lo que es en realidad, y que podía atravesar el Atlántico para llegar al extremo oriental de Asia. Afortunadamente para él y los que le acompañaban, América estaba en medio. Pero eso no lo sabía, y es muy posible que si Colón hubiese conocido las mediciones de Eratóstenes no se hubiese decidido a emprender el viaje.


ARISTARCO DE SAMOS
Nacido en la isla de Samos, Aristarco (310-230 a.C.) es la primera persona, que se conozca, que propone el modelo heliocéntrico del Sistema Solar, colocando el Sol, y no la Tierra, en el centro del universo conocido. Esta propuesta la hizo después de estudiar la distancia y tamaño del Sol y la Luna.
Para entender todo esto mejor tendremos que usar un poco de matemáticas.

Aristarco determinó que el ángulo bajo el que se observaba desde la Tierra la distancia Sol-Luna, cuando ésta se encuentra en el instante del cuarto, era de 87º. Si llamamos TS a la distancia Tierra-Sol y TL a la distancia Tierra-Luna, tenemos:


 

TS= TL/(sen 3º)= 400 TL

 

 

Aristarco, en realidad, dedujo que TS= 19 TL, pero tenemos que ser tolerantes con este error, dados los precarios instrumentos de que disponía y si nos damos cuenta de que en el dibujo, para mayor claridad, los ángulos no están en la proporción correcta pues debemos ver que las líneas Sol-Luna y Sol-Tierra en realidad son casi paralelas ya que el ángulo Luna-Sol-Tierra es de sólo 3 grados. Pero lo que sí pudo afirmar con certeza es que la distancia de la Tierra al Sol es mucho mayor que la distancia a la Luna y, puesto que el tamaño aparente de ambos es el mismo, el Sol debe ser mucho mayor que la Luna para aparentar el mismo tamaño desde esa distancia.
Veamos ahora como calculó la relación entre las distancias a la Tierra, el radio lunar, el radio solar y el radio terrestre. Durante un eclipse de Luna, Aristarco observó que el tiempo necesario para que el satélite cruzara el cono de sombra terrestre era el doble del necesario para que la superficie de la Luna quedara completamente cubierta por la sombra. Dedujo por tanto que el diámetro del cono de sombra de la Tierra era el doble que el diámetro de la Luna (hoy se sabe que realmente es 2’6 veces más grande).

Aplicando el Teorema de Tales, se pueden establecer las siguientes proporciones:


x/(2’6 RL )= (x+TL)/RT = (x+TL+TS)/RS


Introduciendo en esta ecuación TS=400 TL y RS= 400 RL, y simplificando, obtenemos


RL = 401 RT /1.440

La exactitud de los resultados finales con la realidad, como hemos visto no es lo más importante. Lo importante es que el procedimiento es impecable y la conclusión a la que llegó Aristarco es que la Tierra es bastante más grande que la Luna3, y que el Sol aún lo es más y se encuentra mucho más lejos de nosotros que la Luna. Seguramente fue esta constatación lo que le llevó a opinar que lo lógico es que fuese el Sol y no la Tierra el centro del Universo. Además, en sus estudios determinó que todos los planetas giraban alrededor del Sol (al que audazmente catalogó de estrella) y que la esfera terrestre era un planeta más. Por si fuera poco, pensaba que la Tierra giraba sobre sí misma.
Esta nueva representación del sistema astronómico ya fue criticada en su tiempo y tuvo fuerte oposición. Oposición basada en que contradecía el axioma “evidente en sí mismo” de que todo gira alrededor de la Tierra, y al modelo cosmológico propuesto por Aristóteles pocos años antes.


PTOLOMEO
Nacido entre el siglo I y el II d.C. posiblemente en Egipto, donde vivió y trabajó. Hizo aportaciones en matemáticas y geografía, pero su importancia viene dada por su obra en trece volúmenes conocida como Almagesto, por su título en árabe.
Descartando el modelo heliocéntrico de Aristarco, se decantó por la visión cosmológica de Platón y Aristóteles, si bien con algunas significativas modificaciones, como son la introducción de epiciclos para explicar mejor los movimientos planetarios. Ptolomeo afirma explícitamente que su sistema no pretende descubrir la realidad, y que es sólo un método de cálculo, sin preocuparse de la relación entre lo que se ve y lo que en realidad es.
En Almagesto, Ptolomeo adoptó la estimación hecha por Posidonio de la circunferencia de la Tierra, inferior al valor real, y exageró la extensión del continente euroasiático en dirección este-oeste. Esta obra fue traducida al árabe y posteriormente al latín y, como ya se ha dicho, sobrevivió durante toda la Edad Media, siendo el libro más influyente en la astronomía europea hasta bien avanzado el Renacimiento, y en el que se basó Colón para emprender su viaje.

 

HIPATIA

-Hipatia-

Nació y vivió en Alejandría entre la segunda mitad del siglo IV y principios del siglo V d.C. Hija y discípula del astrónomo Teón, Hipatia es la primera mujer matemática de la que se tiene conocimiento razonablemente seguro y detallado.
Escribió sobre geometría, álgebra y astronomía, mejoró el diseño de los primitivos astrolabios —instrumentos para determinar las posiciones de las estrellas sobre la bóveda celeste— e inventó un densímetro.
En un enrarecido ambiente de conflictos político-religiosos, Hipatia, seguidora de la tradición clásica pitagórica, fue asesinada por una turba de fanáticos religiosos cristianos.


 

[1] Otro ejemplo de “autoritas” en un campo distinto es el de Galeno (129-201 d.C.) y la circulación de la sangre. Galeno creía que la sangre era bombeada por el corazón a las distintas partes del cuerpo donde se consumía, mientras era continuamente repuesta por sangre nueva en el hígado. Durante toda la Edad Media, cualquier duda sobre este tema se solucionaba recurriendo a lo que dijo Galeno. Hasta el siglo XVI con Miguel Servet y, posteriormente, con William Harvey no se admitió la circulación de la sangre.

[2] Hoy nos es fácil averiguar tal distancia, pero en su época Eratóstenes tuvo que recurrir a métodos bastante precarios, como preguntar a los conductores de caravanas cuantos días tardaban en ir de una ciudad a otra y cuantos kilómetros recorrían por término medio cada día. También se afirma que se valió de un regimiento de soldados para que diera pasos de tamaño uniforme y los contaran.

[3] Aristarco no disponía del cálculo del tamaño de la Tierra efectuado por Eratóstenes unos años más tarde. Sin embargo, unos 150 años a.C. otro astrónomo griego, Hiparco de Nicea, usó las aportaciones de ambos para calcular la distancia Tierra-Luna, obteniendo un resultado de 348.000 km muy parecido a la realidad.

INFINITO EN POTENCIA O EN ACTO

INFINITO EN POTENCIA O EN ACTO

¿Qué es el infinito? O expresado de otra forma ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que una colección de objetos es infinita? Por objetos entenderemos cualquier cosa en su sentido más amplio, incluyendo objetos abstractos o imaginarios, como puedan ser, por ejemplo, los jueves de un determinado año.

Preguntémonos primero que significa que una colección de objetos sea finita. La palabra finita quiere decir “que termina”, “que no sigue indefinidamente” por lo que, al menos en teoría, es posible contar uno por uno todos los objetos que forman la colección y el contaje terminará en algún momento. Imaginemos que todos los habitantes de la Tierra tienen, cada uno de ellos, una botella llena de agua. La colección formada por todas las moléculas de agua contenidas en esos miles de millones de botellas es finita. Aunque en la práctica sean imposibles de contar, podemos imaginar un proceso que, en teoría, nos permitiría ir separando cada molécula de las demás y así poder contarlas una a una. La dificultad puede ser enorme y el tiempo empleado en ello inmenso, pero al final el contaje terminaría en algún momento. Por el contrario, una colección es infinita si al intentar contar uno por uno todos los elementos que la componen, esa cuenta nunca termina.

Llegados a este punto hay que señalar que el infinito puede ser “en potencia” o “en acto”. A continuación veremos la diferencia entre una y otra forma de infinito. Para ello imaginemos que alguien se propone anotar, uno por uno, todos los números naturales 0, 1, 2, 3, 4, 5…. En algún momento llegará al mil, al cien mil, al millón, y así sucesivamente. Nuestro escriba acabará por darse cuenta que su vida no le alcanza para terminar la tarea y decide encargársela a un sucesor para que la continúe. A su debido tiempo a este sucesor le ocurrirá lo mismo y pasará el encargo a un nuevo sucesor. Aunque la lista de sucesores se alargue durante toda la duración de Universo, e incluso la de todos los universos que queramos pensar, nunca llegarán al último número natural, simplemente porque no existe, siempre habrá un número más por escribir.

Entonces, la pregunta es ¿es infinita la colección de todos los números anotados por estos escribas? La respuesta es que sí, es infinita, pero solo en sentido potencial. Fijado un instante cualquiera en el tiempo, no importa lo lejano en el futuro que esté, la colección de todos los números escritos hasta ese momento será finita, pero seguirá siempre creciendo sin limitaciones. Hablamos entonces de un infinito en potencia cuando pensamos en una colección que es siempre finita, pero que puede ser aumentada indefinidamente sin restricciones.

Pero pensemos ahora en la colección formada por todos los números naturales, absolutamente todos sin excepción, sin importar si han sido o no escritos. Obviamente se trata de una colección que es también infinita, pero en este caso se trata de un infinito estático, completo, donde están ya todos los componentes de la colección, no quedando ya ningún número por agregar. Hablamos en este caso de un infinito en acto. Podemos poner otro ejemplo: si dibujamos una línea recta entre dos puntos A y B, su longitud será evidentemente finita, pero la geometría nos dice que podemos prolongar esa línea tanto como queramos, y si admitimos que esa prolongación puede seguir indefinidamente, tendremos entonces una línea cuya longitud es infinita en potencia. Sin embargo, las rectas que considera la geometría tienen una longitud que se supone infinita en acto, no tienen extremos y se extienden indefinidamente sin principio ni fin.

Evidentemente esas rectas ideales, infinitas en acto, de la geometría, son imposibles de dibujar. En el mundo material y real, no en el abstracto de las ideas, todas las magnitudes relacionadas con fenómenos naturales nunca son infinitas en acto. Es posible que ni la materia ni el tiempo no sean infinitamente divisibles, si no que exista un mínimo a partir del cual no se puede conseguir dividirlos más. Aunque el Universo esté en expansión, en su conjunto tiene un volumen y un diámetro que son sólo potencialmente infinitos. Igualmente, el tiempo que estará expandiéndose es infinito sólo en potencia.

Aristóteles fue el primero en estudiar la distinción que hay entre “ser en potencia” y “ser en acto”. Sabemos que un niño es un adulto en potencia, y que algún día llegará a ser, en acto, un adulto. Pero en relación al infinito, Aristóteles afirmó:


La potencia respecto al infinito no es de una naturaleza tal que el acto pueda jamás realizarse.


Es decir, el infinito siempre es en potencia, nunca en acto. Aristóteles justifica esto argumentando que no hay en el Universo nada cuyo volumen sea infinito en acto, o un intervalo de tiempo cuya extensión sea actualmente infinita en acto. Dado que no existen magnitudes infinitas, tampoco tiene sentido hablar de números infinitos en acto, o cantidades infinitas en acto, pues esas cantidades infinitas no medirían nada en absoluto, carecerían de todo sentido. Otro argumento que usa Aristóteles es que no es cierto que un segmento de línea esté formado por una cantidad infinita de puntos. Aclaremos que nos estamos refiriendo a puntos matemáticos ideales, es decir objetos abstractos sin longitud, anchura ni altura, no a los puntitos tipográficos –muy pequeños, pero medibles- que vemos en cualquier representación gráfica de este concepto. Entonces, un punto matemático tiene, por definición, un tamaño exactamente igual a cero. Y, como dijo Aristóteles, si reunimos muchos puntos, la longitud total será 0+0+0+0… Aunque sumemos una cantidad infinita de ceros, la longitud total seguirá siendo cero. En conclusión, si un segmento estuviese formado por puntos, su longitud sería cero. Pero, como sabemos, las longitudes de los segmentos no son iguales a cero, y por tanto no pueden estar formados por puntos. Toda una paradoja.

Como consecuencia de este razonamiento, afirma Aristóteles que también es imposible dividir un segmento en una cantidad infinita de partes. Por ejemplo, si tenemos un segmento de 10 cm. de longitud y lo dividimos en mil partes iguales, cada una mediría 0’01 cm. Pero si lo dividiéramos en una cantidad infinita de partes, cada una de ellas mediría 0 cm. Pero ya vimos que esto último es imposible, por lo tanto no se podría dividir un segmento en infinitas partes.

Con este último razonamiento Aristóteles niega el infinito por división, mientras que el argumento de las magnitudes infinitas niega el infinito por adición. En todos los casos Aristóteles concluye que el infinito en acto no existe.

En la Edad Media, todo esto adquirió una dimensión religiosa. San Agustín, en su obra más famosa La ciudad de Dios, argumenta que Dios, como ser omnisciente, conoce la totalidad de los números naturales y que afirmar lo contrario sería “hundirse en un remolino de impiedad”. Que la infinitud de los números no es incomprensible para aquel cuya inteligencia no tiene límites. Es decir, el infinito en acto existe, pero sólo está reservado al conocimiento de Dios. Pretender que la mente humana pueda comprender el infinito sería equipararla con la mente divina y, por tanto, una herejía.

El pensamiento aristotélico sobre el infinito dominó en la filosofía y en las matemáticas occidentales hasta la década de 1870, cuando el matemático ruso-alemán Georg Cantor, desarrolló una de las teorías más asombrosas que se conocen e introdujo en las matemáticas el estudio del infinito en acto. En una próxima publicación hablaremos de Cantor y sus revolucionarias investigaciones.