
Arquímedes contra Roma
En el transcurso de la Segunda Guerra Púnica, cuando Aníbal progresaba de forma preocupante por Italia, Roma decidió apoderarse de Sicilia. Para ello envió al cónsul Marco Claudio Marcelo al frente de un gran ejército y una armada de sesenta quinquerremes. Allí se encontraba la ciudad de Siracusa, que por entonces era una polis griega. Marcelo, un general competente y experimentado, llegó a Siracusa decidido a tomarla al precio que fuese. Pero con lo que no contó es que debía enfrentarse con la mente de unos de los mayores matemáticos de todos los tiempos: Arquímedes.
Arquímedes -que contaba con más de 70 años- había sido encargado por los siracusanos de organizar la defensa de la ciudad. Aplicó sus descubrimientos sobre las leyes de las palancas y poleas para diseñar catapultas y diversas máquinas de guerra capaces de lanzar flechas y piedras mucho más grandes, más lejos y con mayor precisión de lo que podían hacer las catapultas romanas. Previó que los romanos acercarían los barcos a las murallas costeras para atacarlas, por lo que dispuso la colocación de unas grúas de las que colgaba una cadena con un gancho que se dejaba caer sobre los barcos para ensartarlos. Una vez sujeto se tiraba de una cuerda que, mediante un juego de poleas, izaba el barco para a continuación dejarlo caer repentinamente en un golpe demoledor contra el agua, produciendo fracturas que hundían el barco, o bien lo arrastraban y estrellaban contra las rocas de la base de la muralla. También se dice que diseñó unos grandes espejos parabólicos que, situados en colinas cercanas, concentraban los rayos del sol sobre los barcos romanos incendiándolos. Pero de esto último hay muchas dudas sobre su verosimilitud.
Las máquinas de guerra de Arquímedes contuvieron a Roma varios meses. Los soldados se encontraban horrorizados puesto que nunca habían visto instrumentos similares, los cuales aparecían desde lo alto sin previo aviso y destrozaban las filas sembrando el pánico.
Siracusa finalmente cayó, aunque no está totalmente aclarado como. Plutarco relata que los romanos pudieron haber entrado durante la noche por una torre deteriorada y mal defendida, aprovechando un momento de fiesta en honor de Artemisa y tal vez ayudados por algún traidor siracusano. Arquímedes murió durante el saqueo a manos de un soldado pese a que Marcelo había ordenado que no se le matara porqué, según afirmó, «hay tanta gloria en preservar la vida de Arquímedes como en la toma de Siracusa».