El problema de la longitud
Saber las coordenadas de la posición en la que uno se encuentra, es de importancia especialmente significativa para poder orientarse, sobre todo cuando se está en un barco en alta mar.
Calcular la latitud nunca representó una gran dificultad, ya que se puede llevar a cabo con observaciones astronómicas relativamente sencillas, usando la posición del Sol al mediodía y la estrella Polar por la noche. Sin embargo, no se conocía ningún método ni astronómico ni de otro tipo que permitiera calcular la longitud. En la antigüedad y durante la Edad Media esto no fue un problema muy preocupante, ya que la navegación se limitaba básicamente al Mediterráneo y, en el Atlántico, a las zonas costeras de la península ibérica, Francia, las islas británicas y norte de Europa. Era una navegación en distancias relativamente cortas, que normalmente se hacía bordeando la costa, en aguas conocidas y con numerosas islas que facilitaban la orientación, por lo que un navegante experto difícilmente se extraviaba.
Cuando los portugueses bordearon África y llegaron hasta la India y sudeste asiático y, sobre todo tras el descubrimiento de América y el océano Pacífico, la cosa cambió. Los viajes se hicieron transoceánicos, no se podía bordear la costa, era forzoso adentrarse en alta mar durante meses dirigiéndose hacia cualquier punto cardinal, para llegar a tierras desconocidas.
El poder calcular correctamente la longitud se convirtió en algo acuciante, ya que un error de pocos minutos de grado puede llegar a suponer, en según qué latitudes, más de un centenar de kilómetros. Como consecuencia muchos barcos perdían el rumbo, alargaban excesivamente sus travesías o se extraviaban para siempre, con las consiguientes pérdidas en bienes y vidas humanas. Las naciones europeas ofrecieron sustanciosos premios a quien resolviera el problema, y grandes científicos lo intentaron, entre ellos Galileo y Newton.
Para saber cómo se solucionó este problema [Ver: «LA SOLUCIÓN AL PROBLEMA DE LA LONGITUD»]